Pero ¿qué sucede cuando intentamos convertir las emociones, esos rincones más íntimos de nuestra humanidad, en una especie de proyecto de productividad? Aquí es donde quiero detenerme.
La trampa del “hacer” constante: el dolor no es un KPI
En su libro No sé cómo mostrar dónde me duele, Amalia Andrade plantea una reflexión poderosa:
“La enfermedad por convertir incluso nuestras peores experiencias en algo más es precisamente la lógica de la productividad aplicada a nuestra experiencia emocional, y a eso digo: NO. Hay dolores que son horribles, impronunciables, que no deberían existir, que no hay como entenderlos, así uno se gaste una vida intentándolo. Y por lo tanto, NO HAY QUE HACER NADA CON ELLOS”.
Este pasaje nos invita a reconsiderar la idea de que todo en la vida, incluso el dolor, tiene que “arreglarse” o “mejorarse” para poder seguir avanzando. En la sociedad actual, se nos enseña que debemos ser capaces de transformar incluso nuestras peores vivencias en algo productivo: aprendizajes, resiliencia, un nuevo yo. Pero, ¿qué pasa si hay dolores que simplemente no se pueden transformar? ¿Qué pasa si algunas heridas no están destinadas a darnos lecciones, sino a ser simplemente lo que son: dolorosas, oscuras y desconcertantes?
La respuesta es sencilla: estamos acostumbrados a solucionar. Desde pequeños nos enseñan que los problemas tienen una solución. En el ámbito laboral, nuestros logros se miden en productividad, eficiencia, y resultados concretos. En el ámbito personal, hemos interiorizado esta lógica hasta el punto de creer que nuestras emociones deben seguir ese mismo ritmo.
Cuando hablamos de emociones complejas como el dolor, la tristeza o el duelo, muchos nos sentimos incómodos ante la idea de no poder “hacer algo” con ellas. Queremos resolver, optimizar y convertirlas en una experiencia que nos impulse hacia adelante. Pero lo cierto es que hay emociones que no funcionan bajo esa lógica. Algunas simplemente existen, y pretender gestionarlas como si fueran otra tarea en nuestra agenda solo nos lleva a la frustración y al agotamiento emocional.
1. No conviertas tus emociones en una tarea más:
Tus emociones no son un proyecto. No siempre hay algo que puedas “hacer” para solucionarlas, y está bien. En lugar de intentar arreglar lo que sientes, permite que esas emociones existan. Date permiso para sentir sin la presión de transformar esas sensaciones en algo útil.
2. No trates de encontrar siempre un significado:
No todas las emociones o experiencias tienen una lección escondida. A veces, la vida simplemente sucede, y tratar de encontrarle siempre un sentido solo genera más ansiedad. Hay cosas que no tienen explicación, y no siempre es necesario buscarlas.
3. No te compares
El crecimiento personal y la gestión emocional no siguen el mismo cronograma para todas las personas. La comparación puede hacer que sientas que no estás avanzando lo suficientemente rápido o que no has aprendido lo suficiente de tus experiencias dolorosas. Cada persona tiene su propio ritmo.
• Escuchar y aceptar: En lugar de correr hacia una solución, permite que tus emociones sean. Reconocerlas es el primer paso. Sentirlas sin juicios ni prisa por resolverlas.
• Dejar de luchar contra lo incontrolable: Hay situaciones y emociones que no podemos controlar, y eso está bien. Aceptar esta verdad es liberador.
• Buscar apoyo: Aunque no haya una solución rápida, compartir lo que sentimos con otros puede ayudar. No para que nos den una respuesta, sino para sentirnos acompañados en el proceso.
El problema de convertir la gestión emocional en un proceso productivo es que olvidamos lo esencial: somos seres humanos, no máquinas. Pretender aplicar la misma lógica de optimización y eficiencia a nuestras emociones puede llevarnos al agotamiento emocional y a una desconexión de nuestra propia esencia.
La verdadera gestión emocional no se trata de hacer más o mejor. No es otra tarea que debes tachar de tu lista. Es aprender a estar en paz con lo que sentimos, aunque sea incómodo, aunque no tenga sentido. Es reconocer que algunas heridas simplemente no tienen solución, y que eso no te hace menos productivo, menos fuerte o menos válido.
En resumen, quizás es hora de dejar de intentar “hacer algo” con nuestras emociones y empezar a darles el espacio que merecen para ser, sin agendas ni presiones. Como bien dice Amalia Andrade: hay dolores que no deberían existir y, a veces, no tenemos que hacer nada con ellos.
Gracias por leer Inspirando Almas, cambiando el mundo una persona a la vez. 🙂